Hoy hago un homenaje al Agave Cocui Trelease, fuente de un maravilloso destilado venezolano. La palabra cocui significa «de color verde oscuro» y agave, «admirable». Trelease es el apellido del botánico estadounidense que publicó una exhaustiva descripción de la planta en la Memoirs of the National Academy of Sciences. Pero no se trata de una planta solo para un magnífico destilado.
No es injusto pensar en que esta planta verde de 30 a 60 kilogramos erigida un metro y provista de hasta 30 hojas lanceoladas suculentas conformando una roseta, con un tallo florífero de hasta 5 metros lleno de bicuyes, fuera venerada. Ella proporciona no solo alimentos, medicinas, encurtidos, confituras y una interesante bebida fermentada, sino también calzados, bolsos, hamacas y sogas. Toda una constelación de bienes hacen del Agave cocui una planta que proporcionó sustento a los indígenas venezolanos de las regiones áridas y semidesérticas de Lara y Falcón, y seguramente se imbricó en la cotidianidad e intercambios de estos pueblos, hasta hoy.
Los indios ayamanes llamaron yugus al licor obtenido de la prensa de la penca del Agave cocui. Su elaboración se presume muy anterior a la época colonial, inclusive se habla de ser anterior a la era cristiana, pero lo cierto es que hoy es producto de conocimientos tradicionales indígenas y del mestizaje cultural con los europeos.
Tras la selección según madurez, la poda/afeitado, cocción en horno autóctono, enfriamiento y prensado de los tallos (y pencas, en algunos casos), dicho mosto es macerado, fermentado y, entonces, combinado con la técnica europea: destilado con alambiques traídos en la época de la Capitanía General, a finales del siglo XVII. Sobre las particularidades del proceso que implica la rectificación, filtración y estandarización, puede leerse la obra de Reinaldo Chirinos en la web.
La bebida alcohólica que estoy homenajeando y que he disfrutado a sorbos secos pero también combinada con cerveza, tomada como base para mojitos y hasta para cócteles, ha sido ampliamente discriminada por los mismos venezolanos. El año en que más pude degustarla fue el 2017, un período muy tenso en mi país. Como con toda crisis económica y tensiones políticas locales, emergieron “nuevos” productos y asimismo nuevas miradas que buscaban refugios en la fiesta y en la distendida alegría etílica. No estaba apenas conociendo el cocuy, pero era lo que podía adquirir porque la cerveza más común se volvió incomprable. Me sorprendió su suave y redondo gusto, además de la inexistente resaca. La presencia de este destilado no estaba desprovista de una campaña de terror por su supuesta toxicidad mortal. Ciertamente hubo quienes lo adulteraban con formol. Muchas noticias aderezaron este prejuicio, pero el cocuy siguió siendo consumido por los mismos adeptos, de manera que los sobrevivientes eran testimonio de su inocuidad.
No digo nada de esto sin una gran sonrisa. Para ese año, me asocié con unos amigos en un taller de poesía y fundamos un grupo poético con el nombre Agave, que yo misma propuse. No fue en razón del licor, sino de la importancia cultural que la planta de agave tiene para los indígenas yukpa (caribes del occidente venezolano), que al morir, para entrar al Tayaya, deben demostrar que en vida adquirieron la habilidad de realizar tejidos de cestas, cuerdas y petates a base de la fibra de sus pencas. No había inocencia, sin duda la dimensión festiva de la planta estimuló mi intención de homenajearla.
La «cabeza o pelona» de la planta de agave también fue remedio de hambre. Se horneaba y preparaba con leche de cabra en una época en que el comercio de cocuy era clandestino. Su comercialización estaba prohibida por una ley durante la dictadura de Pérez Jimenez, que estaba implicada con una pugna con el comercio del ron: solo se podía vender licores poseedores de menos de 50 grados (tope permitido).
La clandestinidad fue el hilo conductor de su permanencia. Tras varias leyes y fuerte iniciativa local, tanto la planta como la bebida fueron declarados patrimonio cultural del estado Lara en el año 2000, con lo cual no se pudo convertir en un comercio exclusivo de algún particular. El agave cocui trelease tiene una historia y una fuerte imbricación sociocultural productiva.
Hoy día, tanto el cacao como el ron y el cocuy venezolano poseen denominación de origen certificado. Gracias a la resistencia de los productores a tildarlo bajo el genérico de aguardiente y a la posibilidad de someterse a controles sanitarios y estudios de laboratorio, su producción se ha refinado llegando a participar en concursos a la par de otros destilados del agave, como lo es el tequila. En la reciente XII edición Anual del Concurso Internacional de Licores de Nueva York, el Cocuy (de marca Magno Cocuy), logró dos medallas de plata, una de bronce y una distinción como destilería del año (JaDeLur). Ver noticia aquí.
Los cocuyes más conocidos son los de una localidad llamada Pecaya, en Falcón, y Siquisique, en Lara. Se trata de dos estados que comparten una geografía común. Es cuestión de degustar. En mi viaje en bicicleta desde los Altos mirandinos hasta Maracaibo, atravesé el estado Lara y recorrí un largo tramo de carretera donde se vendía cocuy artesanal. Apenas probé algunos sorbos, pero esto no convenía al desarrollo de mi viaje, especialmente a esas horas del mediodia asoleado. No compré por evitar cargarme con más peso dado el camino aún por recorrer. Luego tomaré esas rutas, quizás de Pecaya, para degustar y para conservar.
Quiero concluir relevando los aspectos de la cotidianidad de todos aquellos para los que un solo bien que nos proporcione tanto. En el caso del cocuy se tejió toda una cultura, donde provee alimentos, medicinas, vestidos, calzados, medios para el descanso (hamacas y petates) y para la producción (sogas, cestas), además de la belleza de una fauna que revolotea en torno a sus flores, y la muestra presente con todo vigor. Por ello, hace años ya, decidí escribir este poema, a la madre que es:
MADRE COCUIZA
La casa descansa admirable, desafiante y robusta
a la vera de la escolta vegetal.
Es la madre cocuiza
que ha sanado con bálsamos,
procurado arepas ayamanas,
vestido sandalias y creado lazos y amarres firmes
con su piel y con sus brazos.
Con mariposas y aves enamoradas,
la casa danza el perfume y ofrenda de bicuyes,
la flor de las manos cocuizas,
las manos falcón-larenses.
La casa descansa y se mece
en chinchorros de piel sincera,
de piel que áridos fríos nocturnos
y calores diurnos,
tejen con gusto materno
para refugiar sueños
y fijar en raices profundas.
Madre tierra, madre cocuiza:
jirajaras y ayamanes te respetan,
caquetíos y gayones te enaltecen,
te celebran,
te contemplan
y acarician tu carácter,
resolviendo guarapos,
parados, mostos, vinazas
y fermentos.
Madre, celebremos la vida:
tu vocación natural se hizo mestiza
y hoy destilas pensamientos puros
y amores posibles.
Carmen Hinestroza Álvarez
Hermoso. Orgullosamente agaviano. Gracias por bautizarnos y, con este homenaje, enamorarnos más de nuestro emblema.
Me hice historiador a pesar de mi profesor de historia de Bchto quien parecía proponerse que la odiara, por fría y superficial. Cuando la conocí»en persona» supe que era interesante y atractiva. Mi dedicación a la investigación me la mostró poderosa. Pero tu hermoso discurso me hace experimentarla sencilla, llena de vida y ritmo. / JorgeHinestroza