Fila nueve, ligeramente hacia la derecha: el perfecto equilibrio acústico (…) A mis amigos les aconsejo que no acepten jamás la fila trece, porque hay una especie de pozo de aire donde no entra la música; ni tampoco el lado izquierdo de las tertulias, porque al igual que en el Teatro Comunale de Florencia, algunos instrumentos dan la impresión de apartarse de la orquesta, flotar en el aire, y es así como una flauta puede ponerse a sonar a tres metros de uno mientras el resto continúa correctamente en la escena, lo cual será pintoresco pero muy poco agradable.
Julio Cortázar. Las Ménades
Una de mis hermanas es artista plástica. Juntas una vez salimos a comprar litografías de obras de arte para decorar un café que tuvimos. Me sorprendió la predilección que tuvo cuando seleccionó una copia de La mesa de billar de Georges Braque (imgen que encabeza esta publicación). No comprendía aquella representación, mucho menos lo representado y aún menor era mi comprensión de lo que le gustaba a ella de esa pintura. Evidentemente, yo no era capaz de ver lo que ella veía.como tampoco reconocía la belleza de cualquiera de los retratos cubistas de Pablo Picasso.
Mis ojos –o mi percepción visual–, acostumbrados a la representación tradicional renacentista, se servían de una expresión donde la profundidad fuera expuesta, elaborada y, aunque fuese conceptualizada de manera particular, me ofreciera el escorzo o una perspectiva, en fin, una ilustración sugerente de lo tridimensional. Pero sucede que los ojos de un artista plástico son traviesos y además están acostumbrados a fragmentar, a descomponer y a rearmar cual intuición fluida y sobreentendida.
El cubismo se divorció del compromiso con la apariencia de las cosas, expone todas las partes de un objeto en un mismo plano; todo lo fragmenta para exponerlo en lineas, superficies y formas geométricas básicas. Es así como las distintas “caras” de un objeto se colocan en un mismo plano y entonces, por ejemplo, la nariz se pinta de perfil mientras el ojo de frente, haciendo perder a todo la sensación de profundidad…y haciendo parecer todo un rompecabezas o una escena post explosión. En esta expresión pictórica también se suprimen los detalles y, a veces, apenas se representa un pedazo característico de un objeto en lugar de su contorno completo. En conclusión, en el cubismo todas las perspectivas se presentan en el mismo plano y al mismo tiempo.
Cuando entendí estas cosas comencé a disfrutar del cubismo: osé otra mirada, me dispuse a imaginar, a rearmar. Mirar un Braque, un Malevich o un Picasso significan una mirada atenta, una intención de escudriñar e interpretar el paisaje sin orientación de un experto. Eso si, a veces necesitamos una pista…al menos el nombre de la obra. De hecho, las muestras cubistas están acompañadas de interpretación. Me parece un juego ingenioso. Es mi parecer.
Hasta ese día dí por sentada la perspectiva y, aunque tengo un común defecto de la vista llamado astigmatismo que hace que, cuando conduzco, los huecos o zanjas en la vía los vea sin profundidad o como si fueran inofensivas sombras de árboles, nunca imaginé que la visión estereoscópica (ver con dos ojos) fuera la responsable de hacernos percibir volumen, distancia relativa o profundidad de los objetos de nuestro entorno ¡Mi astigmatismo tampoco es tan grave, eh!
Las personas que pierden la visión de un ojo experimentan una sensación de aplanamiento perceptivo que hace que lo percibido deje de ser visual y emocionalmente rico. Asimismo, manifiestan que padecen una sensación de desconexión, con la consiguiente dificultad para relacionarse espacial y emocionalmente con lo que ven. Una situación análoga ocurre con quienes pierden la audición de uno de los oídos, que también confiesan que afecta su percepción de profundidad, haciendo que la música les parezca sosa. No hablo de un defecto de nacimiento sino adquirido en una edad adulta.
En el libro de Oliver Sacks, llamado Musicofilia: relatos del cerebro y la música, que recomiendo ampliamente y que ya ha sido fuente de un artículo anterior, me encontré con un relato de personas que han perdido la percepción estéreo, unos de la vista y otros del oído. En el caso específico de la audición, las experiencias relatadas son de músicos de profesión. Me luce interesante su testimonio pues se trata de personas que poseen la vivencia y pericia sobre la complejidad de lo musical…y pueden identificar de qué van las carencias sobrevenidas.
La estereofonía o percepción con ambos oidos, es
lo que permite que los que asisten a conciertos disfruten de toda la complejidad y esplendor acústico de una orquesta o un coro que interpreta en una sala de conciertos diseñada para hacer que la escucha sea todo lo rica, sutil y tridimensional posible, una experiencia que intentamos recrear, lo mejor que podemos, con dos auriculares, o altavoces estéreo, o sonido surround.
Oliver Sacks. Musicofilia: relatos del cerebro y la música.
Una recién perdida estereofonía impide que el sujeto perciba la distancia, rotundidad, amplitud, volumen y riqueza de la música y de sus fuentes. Asimismo describen a la música como desprovista de contorno (forma global y fluctuacion melódica). Confiesan haber dejado de gozar del efecto de reverberación, el fenómeno de rebote de las ondas sonoras en los objetos y superficies que nos rodean, que coadyuva a la comunicación de la emoción y el placer acústico.
Aunque todo esto puede ser terrible y una carta de despedida al placer estético que nos daría lo estéreo, gracias a la plasticidad cerebral existe la posibilidad de recuperar el gozo de la música en su riqueza. Una de las estrategias es la complementación entre oído y vista: la persona debe mirar los instrumentos en ejecución para hacer que el cerebro pueda representarse la posición del instrumento en la orquesta, y apreciar las dimensiones, amplitud y contornos de la sala de conciertos, para reforzar su noción del espacio auditivo. Asimismo, hacernos conscientes de la naturaleza táctil de lo sonoro. Todo ello unido a la evocación de la música, para hacer una síntesis de percepciones y recuerdos.
Según Oliver Sacks, poseer un recuerdo de lo que era oír con ambos oidos es de gran ayuda, ya que la percepción no se limita al presente, sino que es también un acto de evocación y, por tanto, de creación, que se fusiona con la memoria para hacer de lo percibido también un acto de imaginación. Es con todo esto que se construyen y se reúnen recuerdos e imágenes de sonido y espacio para gozar de un efecto pseudoestéreo. En este ejercicio se generarían nuevas conexiones neuronales.
La plasticidad cerebral es la capacidad de hacer nuevas conexiones neuronales. El mismo cerebro resuelve nuevas construcciones en nuevas zonas para mejorar la capacidad de usar la información disponible con los recursos limitados con los que estamos armados. Como diría el recién fallecido Humberto Maturana, estar vivo es estar re-creandose biológicamente, permanentemente.
Por fortuna, aún gozo de audición y visión en estéreo y me inclino a reconocer que quienes la han perdido han tenido que erigir su sentido a la manera del origami o papiroflexia, es decir, que a partir de una única hoja de papel se realiza la construcción de objetos con volumen y tridimensionalidad: representarse la tridimensionalidad acústica u óptica a partir de un solo órgano de lo que antes era un par. Todo ello en virtud de una síntesis de la experiencia de la observación atenta desde distintos ángulos, recuerdos y reexposición al estímulo auditivo multifocal.
Para terminar esta serie de reflexiones y testimonios del valor de lo estéreo, a continuación dejo cita textual de la particular percepción de la música de alguien que perdió la función receptora de uno de sus oidos, el antes y después. Este testimonio tan especial ilustra la riqueza y el significado de la música que, aunque para Nick Coleman, un crítico musical inglés, fuera justamente como lo describe, para muchos puede resultar una metáfora:
la música, en [la] mente, posee una especie de tercera dimensión, una dimensión que sugiere volumen así como superficie, profundidad de campo y textura. En mi caso, yo oía «edificios» siempre que escuchaba música: formas tridimensionales de sustancia y tensión arquitectónica. No «veía» esos edificios en el sentido clásico sinestésico,sino que los percibía en mi sensorio. Estas formas tenían «suelos», «paredes», «tejados», «ventanas», «sótanos». Expresaban volumen. Se construian a partir de superficies interrelacionadas que dependían la una de la otra a la hora de adquirir coherencia. La música siempre ha sido para mí un hermoso recipiente tridimensional, una vasija, tan real a su manera como la cabaña de un boy-scout, una catedral o un barco, con un interior y un exterior y espacios interiores subdivididos. Estoy absolutamente seguro de que esta «arquitectura» era la responsable de que la música me provocara una reacción tan emocional (…) Nunca le conté a nadie lo de esta arquitectura imaginaria, en parte (…) porque nunca estuve del todo seguro de que realmente me refiriera a «arquitectura»(…) Pero ahora si estoy seguro. «arquitectónicamente» era la palabra justa. Lo que oigo ahora cuando escucho música es una representación plana en dos dimensiones: literalmente plana, como una hoja de papel con rayas. Si antes veía edificios, ahora solo se me aparecen dibujos arquitectónicos. Puedo interpretar lo que me muestran los dibujos, pero la estructura se me escapa: ya no puedo entrar en la música ni percibir sus espacios interiores. Los dibujos técnicos nunca me han provocado una reacción emocional. Esto es lo que realmente me duele: ya no respondo emocionalmente a la música.
Nick Coleman. The Guardian, citado por Oliver Sacks en Musicofilia: relatos del cerebro y la música.
Según Oliver Sacks, este crítico musical fue adaptándose y pudo llegar pronto a analizar y realizar juicios estéticos. Sigue intentando reconstruir su esfera musical…aún conserva el recuerdo y puede imaginar la estereofonía.
Tal como lo confiesa, su experiencia musical podía parecer sinestésica, pero él asegura que no es así…En una próxima entrega hablaré de este fenómeno que incluye la influencia de lo musical sobre otros sentidos.