Musicofilia: música sonando en nuestras cabezas

Musicofilia es el título de una obra donde se describen las múltiples manifestaciones cerebrales que desencadena la música, sean éstas las comunes y corrientes o las patológicas. Se trata la autoría de Oliver Sacks, un magnífico escritor que hace un corte de la curiosa realidad bajo la óptica de su formación como neurólogo y antropólogo.

Nuestros sistemas auditivos, nuestros sistemas nerviosos, están exquisitamente afinados para la música. Hasta qué punto esto se debe a las características intrínsecas de la propia música –sus complejas pautas sónicas que se entretejen en el tiempo, su lógica, su ímpetu, sus secuencias inseparables, sus ritmos y repeticiones insistentes, la misteriosa manera en que encarna la emoción y la «voluntad»– y hasta qué punto obedece a resonancias especiales, sincronizaciones, oscilaciones, excitaciones mutuas, o retroalimentaciones en el circuito nervioso inmensamente complejo y de muchos niveles que subyace a la percepción musical y la reproduce, es algo que todavía no sabemos.

Oliver Sacks. Musicofilia: relatos de la música y el cerebro.

Quizás no nos sea tan evidente, pero desde una mirada ajena, la importancia que damos a la música puede resultar ser muy particular, un enigma para otros seres tan o más inteligentes que el homo sapiens. Así lo imagina Arthur C. Clarke, quien en su novela El fin de la infancia, hace un relato sobre unos seres alienígenas enormemente cerebrales – los Superseñores– que ven con curiosidad cómo los humanos interpretan y escuchan pautas tonales que carecen de significado a las cuales ocupan y dedican gran parte de su tiempo. A los Superseñores, en su exploración de lo terrestre, eso que llaman «música» les desconcertó a tal punto que deciden descender a la tierra para asistir a un concierto, que felicitan pero que no comprenden porque consideran que carece de una relación lógica con el mundo. Les parece absurdo. Carecen de música.

Ahora bien, sobre el ser humano, la música ejerce una suerte de eficacia y/o de poder, pretendido o no. Y aunque no cumple una función adaptativa como lo es el canto para los pájaros, para el homo sapiens sapiens es fundamental, tanto así que se manifiesta en todas las culturas y se remonta a nuestros albores.

En nuestra fisiología no existe un «centro musical» único sino que en nuestra capacidad musical colaboran sistemas cerebrales que ya se han desarrollado para otros propósitos. Se trata de redes desperdigadas por todo el cerebro. La apreciación estructural de la música está acompañada de una reacción emocional intensa y profunda además de motora…

Llevamos el ritmo de manera involuntaria, aunque no prestemos atención de manera consciente, y nuestra cara y postura reflejan la «narración» de la melodía, y los pensamientos y sensaciones que provoca.

Oliver Sacks. Musicofilia: relatos de la música y el cerebro.

Oliver Sacks en esta obra describe diversas manifestaciones de la influencia de la música en la vida humana, pero en este artículo voy a restringirme a la Imaginación de la música.

Seguramente muchos concuerdan conmigo y con el autor en que en nuestro interior tenemos una sala de conciertos mental. Se trata de un emisor espontáneo e involuntario que nos hace «oir» intensa y repetidamente una determinada pieza musical. Es verdad, a veces sobrecargamos, bombardeamos y saturamos nuestros oídos y cerebro con piezas específicas que nos gustan mucho. Luego, es de esperarse que el cerebro las reproduzca sin estímulo aparente.

No obstante, hay melodías que reemergen después de décadas de haber dejado de escucharse. Una de las razones es la asociación verbal; otra, la vida secreta de las emociones. La evocación de la música por asociación verbal puede llegar a ser tan absurdamente superficial como que recordemos una canción de una carreta con apenas haber escuchado a otra persona hablar de esperar el autobús. Asimismo,

…en este canto interior, la voz de un yo desconocido transmite no solo estados de ánimo e impulsos pasajeros, sino a veces un deseo reprimido o rechazado, un anhelo y una pulsión que no nos gusta admitir (…) Sea cual sea el mensaje que lleva, la música incidental que acompaña nuestro pensamiento consciente, nunca es accidental.

Theodor Reik, Phsychoanalytic Experiences in Life and Music, citado por Oliver Sacks en la obra en cuestión.

Hay que añadir que la música que resuena en nuestras cabezas puede ser beneficiosa y biológicamente adaptativa: nos alivia del aburrimiento, crea movimientos mas rítmicos, reduce la fatiga, llama la atención hacia pensamientos que suelen pasarse por alto o se reprimen, es decir, la música actúa como los sueños.

En todo caso, la música resuena en nuestras cabezas y nuestra mente la privilegia respecto de otros sonidos, ya que no reproducimos ladridos o portazos, nisiquiera encadenamientos de sonidos de una escena natural. Lo hacemos sólo con piezas musicales, con canciones, sus fragmentos, lo cual me invita a decir con el autor:

Quizás no sea solo el sistema nervioso sino la propia música lo que posee una cualidad particular: su ritmo, sus contornos melódicos, tan distintos de los del habla, y su relación especialmente directa con las emociones.

Oliver Sacks. Musicofilia: relatos de la música y el cerebro.

Por decirlo de alguna manera, vivimos la música de dos maneras: una externa, que es la que oimos con nuestros oidos, la que viene de fuera, y otra, la música interna, que suena en nuestras cabezas.

No todos retenemos en la memoria la música con la misma fidelidad, detalle y viveza de si la estuvieramos escuchando en plena reproducción mecánica. Hay quienes parecen tener una orquesta entera en su cabeza mientras que otros apenas pueden evocar una melodía simple y en solo, como de un pianista. Los músicos profesionales poseen una extraordinaria capacidad para la imaginería musical. Tal sería el caso de Beethoven, quien seguro al haberle desaparecido la entrada normal de sonidos, su córtex auditivo se volvió hipersensible, intensificándosele su capacidad de imaginería musical, con lo que, según Oliver Sacks, ocurrirían inclusive alucinaciones auditivas.

Cuando en el flujo sonoro de una pieza musical hay algún vacío, tendemos a rellenarlo con nuestra imaginación, sobre todo si se trata de una canción cuya letra conocemos. Lo hacemos involuntariamente. Pero cuando se trata de la imaginación de compositores (deliberada, consciente y voluntaria) participa el cortex auditivo, el motor y las regiones del cortex frontal que intervienen en la elección y la planificación. Y su mente y el cuerpo se asocian para materializar la melodía que «oyen».

Sí, oimos musica en nuestro interior. Tenemos una sala de conciertos mental. Entra en nuestros sueños, llega como musa a los compositores. No nos basta con oir la música externa, la producimos y la reproducimos con mayor o menor fidelidad. Y esto lo damos por sentado. No se si somos seres raros, pero si musicales.

Si los Superseñores de Arthur C. Clarke se quedaron atónitos cuando aterrizaron en la tierra y observaron cuánta energía dedica nuestra especie a crear y escuchar música, se habrían quedado estupefactos al comprender que, aún en ausencia de fuentes externas, casi todos tenemos música sonando sin cesar dentro de nuestras cabezas.

Oliver Sacks. Musicofilia: relatos de la música y el cerebro.

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